Pedro A. Mora
Mi amor a la Fiesta me lo había inculcado mi tío-abuelo Vicente, él me instruyó a dar los primeros lances, los muletazos con su chaqueta, el volapié, con su bastón, la suerte natural… Él me hizo enamorarme de la Tauromaquia, de la Fiesta, de esta Plaza de las Ventas que el denominaba como la Catedral del Toreo, “Entrando por la Puerta de Madrid, me decía, “verás la grandeza de su entrada; es como la cúpula de una basílica por donde salen los toreros que han triunfado en el ruedo”.
Siendo adolescente vine por primera vez a una novillada. Aquel ambiente me cautivó. Di varias vueltas antes de entrar a la Plaza. Pregunté por la Puerta Grande a un señor que me dijo: “esta es la Puerta de Madrid” y me ilustró de cómo y quien la había construido, (pasado un tiempo tuve el privilegio de poner en esa entrada, el azulejo del cartel de inauguración donde se reflejan las circunstancias de su construcción, “Siendo Alcalde de Madrid D. Pedro Rico y a beneficio del paro obrero…).
Seguí asistiendo a los toros, sobre todo cuando vine a trabajar de botones en el Sindicato de Ganadería, situado en la C/ Huertas. Vivía en Carabanchel, cerca de la Chata. Era el tiempo de la oportunidad y allí me apunté con la ilusión de probarme. Me había picado el gusanillo y había dado los primeros pases en las capeas de los pueblos del sureste madrileño, pero nada, ni me llamaron para Vista Alegre, ni se dieron las circunstancias de que me viera un ojeador “capitalista” para ponerme. Mi amigo Hipólito Mora, veterinario de la Plaza me desanimó de mis “sueños de gloria taurina”. Él me enseñó los entresijos de los corrales, los reconocimientos, la picaresca del mundillo taurino, aunque es verdad que me acercó a la grandeza de la Fiesta en toda su dimensión: la crianza y selección del toro de lidia, la organización de los festejos,… De su mano conocí a los empresarios del momento y a los toreros más cotizados. Él me acercó a aquel incipiente Patronato que gestionaba la Escuela Nacional de Tauromaquia de Madrid, un bonito proyecto que empezaba a gestionar Martín Arranz.
Llegaron las Elecciones Municipales y el Ayuntamiento junto con Escuela organizamos los festejos taurinos del pueblo, dando una novillada y una becerrada que lidiaban los alumnos más destacados. Con el tiempo me hicieron el honor de nombrarme Socio Protector de la Escuela Taurina, al tiempo que participaba con los compañeros socialistas en la fundación de la Asociación Taurina Popular. Así está registrada en el Registro de Asociaciones de Madrid, con fecha de 6 de octubre de 1982, presentada por Miguel Cid, figurando como socios fundadores los ilustres aficionados J. Angelina, Curro Lope-Huerta, E. Mujica, G. Peces Barba, Pablo Castellano, Curro López del Real, J.A. Arévalo, V. Peña, Ramón Roldán, J. Ledesma, Alejandro Mateo, Ernesto Sobrino y periodistas como Luis Morcillo y Laverón, el matador de toros el Inclusero y varios alcaldes madrileños.
La Asociación Taurina Socialista seguía reuniéndose con diputados y alcaldes para intentar aplicar con urgencia los principios aprobados en nuestros estatutos según la categoría de las plazas: sobre la presidencia de las corridas, los sobreros, el afeitado, el trapío de los toros, la devolución de las entradas, encierros y capeas para que lo llevasen a cabo en sus ámbitos administrativos. Comenzamos a reunirnos para elaborar propuestas para la Ley y el Reglamento Taurino (Ley sobre Potestades Administrativas en materia de Espectáculos Taurinos R.D.1991 y Reglamento Taurino R. D. 1992). Fue un largo periplo en el que pude comprobar aquello que me transmitió en su día mi amigo Hipólito. ¡Los árboles no dejaban ver el bosque! Intereses egoístas. Se daban largas cambiadas, doblones pafuera, aliviándose, sin decidirse a cuadrar y dar la estocada.
Un ministro en el traspaso de poderes, le expuso a otro el listado de cuestiones sobre la mesa. Esto es todo. Pero “los toros ni los toques”. Y el ministro aficionado valiente la aprobó, aunque es verdad que con el descontento de la mayoría de interesados, unos por una cosa y otros por otra.