Mayca Margon
Mi querida madre. Mi querida hermana. Mi querida tía. Mi querida abuela. Mi querida amiga. Mi querida sobrina. Mi querida mía, hola.
Llegué a verte ayer tras el cristal del vagón del tren. Seguro que tu asiento era confortable. Tu cara, reflejo de las luces que a través del cristal enmarcaba, quiso ocultar el secreto de un pensamiento. ¿Cuál?
Recostada, mi querida, tu cabeza se movía al compás de las sonoras frases que me dedicabas. No te oía. Leí cada movimiento de los músculos de tus labios formando sílabas y lo entendí todo.
Pero no lo creí.
En tantos momentos, lugares y actitudes distintas en que pude pronunciar tu nombre, sólo querida mía, pronuncié la posesión que ejerces en mí. Mi querida. Y las otras queridas mías fruncían el ceño desairadas pero orgullosas. Con el orgullo que proporciona un hijo, un hermano, un sobrino, un nieto, un amigo, un tío, disimulado y adyacente al sabor de los besos.
Pero lo entendí. Querida mía. Y llevaré las llaves del amor que rebosa por esa ventana de vagón de tren para encerrarme fuera de la estación. No leeré más tus labios. No sujetaré ya tu cabeza. Pero si puedo gritar MI QUERIDA