Mayca Margon
Todos los objetos se transparentan y las cosas desaparecen, poco a poco. A veces de golpe. El pañuelo rojo que te anudas al cuello ya no reposa sobre el respaldo de la silla que usamos como perchero. Y ese sombrero de fina tela que usas en los tempranos paseos veraniegos, y que te quita sol pero te da aún más calor, se vuelve translúcido cuando mi mirada se posa en él. La foto cuyo mensaje es la alegría que cada rasgo de tu cara contiene ahora no reconozco tu sonrisa. No encuentro esa chaqueta vieja que te sirve para todo, tanto para quitarte el frío como guardapolvo y que suele aparecer en todos los rincones de la casa. El pijama verde que guardas desde siempre y del que no te quieres deshacer, él solito se deshilacha, mientras yo sigo el rastro de los hilos que desprende por si puedo tejerlo y que no lo eches de menos.
Se enfría la sopa mientras te espero. Sé que no te gusta tan caliente, pero temo vayas a tomarla demasiado fría. Y cuando compras esas jugosas naranjas, plenas y llenas, yo me enfado por los ruidos que haces al absorber su jugo, te regaño con la “boca chica” pues en el fondo te siento desde tus adentros. Tres quedan en el frutero y me extraña no contar al menos media docena. Riego las plantas a la vez que les pregunto cuál de ellas necesita más agua, pues parece que hoy te olvidaste de ellas, y lo intuyen porque no me contestan. A ti te cuentan hasta la clase de bichitos que se les posan en las hojas, por eso sabes cuándo fumigarlas.
No me atrevo a apagar las luces, no quiero verte a oscuras. Caliento las sábanas pero no es el mismo calor que tanto me reconforta. Se quedan las cortinas entornadas sobre la ventana grande del salón. Miras y me ves. Hoy no saludas con la mano.
Mis cosas están despareciendo. Vuelvo a encerrar los recuerdos.