El Museo de Cine más importante de Europa está en Villarejo

A. Estremera. Fte: El MUNDO

Carlos Jiménez lleva 60 años atesorando una minuciosa colección que conforma el Museo del Cine de Villarejo de Salvanés (Madrid), un didáctico recorrido por la historia y evolución del séptimo arte a través de artilugios como linternas mágicas, biciproyectores, las primeras cámaras de los Lumière o cabinas de cine completas, entre otros tesoros

En el pequeño pueblo de la Comunidad de Madrid, lejos del bullicio de la capital y de las luces de la Gran Vía, se encuentra uno de los mayores tesoros culturales del séptimo arte europeo. El Museo del Cine de Villarejo de Salvanés es una joya única levantada con pasión, paciencia y dedicación por Carlos Jiménez, quien comenzó su aventura cuando era niño entre rollos de celuloide y ha terminado creando el mayor archivo cinematográfico de Europa.

Todo empezó con su padre, Andrés, que en 1964 decidió embarcarse en esta industria. «Era un aventurero, un pionero», recuerda. «Empezó a explotar salas de cine y, como no tenía para pagar a un operador y yo era su único hijo, me llevó para ejercer el oficio de proyeccionista. Desde entonces, estoy metido en esto», dice con orgullo.

La historia del Museo del Cine tiene, por lo tanto, algo de Cinema Paradiso, la entrañable película de Giuseppe Tornatore. Y de hecho, esa cinta y su propia vida sirven de inspiración para el proyecto en el que Jiménez está ahora inmerso: No me cuentes películas. «Es un largometraje documental en el que pretendemos narrar la historia de esos cines rurales de los años 50 y 60 usando como base el Cine París, que mi padre inauguró aquí en 1966 y que dio paso al museo. Cómo se inauguró, cómo la gente venía con su silla porque mi padre no tenía para comprar mobiliario…».

A través de recuerdos, entrevistas y recreaciones, la película explora la evolución del cine en España y pretende preservar su memoria, ya que la experiencia en esos años era muy diferente a la actual. Quienes acudían a una sesión en aquella época no solo iban a ver la película, sino a vivirla colectivamente. «La gente chillaba, protestaba, se reía, hacía comentarios. Era una experiencia social. Hoy en día eso se ha perdido», recuerda Jiménez, que llegó a tener 22 salas de cine en el sureste de la Comunidad de Madrid.

El recorrido por el museo está diseñado como una lección viva de historia audiovisual. No solo se exponen carteles, proyectores, cámaras y otros ingenios, sino que el visitante puede hacer un viaje cronológico desde los inicios del cine hasta la era digital en un recorrido didáctico. «Lo que no se conserva, se pierde», afirma Jiménez, para quien los coleccionistas reconstruyen la historia. Algunas de las joyas de la colección son los cinco primeros proyectores de los hermanos Lumière, incluida la primera cámara cinematográfica del mundo, «que además hacía tres funciones: grababa, positivaba y proyectaba».

Jiménez enseña también a GRAN MADRID el primer proyector profesional que los Lumière sacaron al mercado en 1897. «La película era ya de 35 milímetros, como ahora, pero solo medía 17 metros y duraba 50 segundos», explica. «El formato ha estado en activo durante 120 años. La última película se podía haber proyectado con el primer proyector».

Cámaras centenarias, linternas mágicas, más de 500 proyectores, miles de afiches, trajes de acomodadores, pianos del cine mudo, zoótropos, un biciproyector, una cámara usada en el Mundial de fútbol del 82 celebrado en España, y hasta un Oscar gigante del Teatro Kodak de Los Ángeles son algunos de los muchos tesoros que alberga el museo fundado por Jiménez.

El espacio alberga cabinas de proyección originales de cada década del siglo XX, desde los años 20 hasta los 90. Cada una conserva todos sus elementos: proyectores, lámparas, altavoces, mandos de luz, extintores e incluso el embudo original. Son auténticas cápsulas del tiempo que muestran cómo ha evolucionado la exhibición cinematográfica.

«A esta cabina no le falta ni un solo elemento. Está exactamente igual que en su época. Es el Vitaphone de la Warner. Con este sistema se estrenó El cantor de jazz en 1927», dice. Se trata de la primera película comercial con secuencias sonoras incorporadas a la imagen. «El operador tenía que sincronizar el sonido con la imagen a ojo. Era un cachondeo».

Jiménez recalca que sin el apoyo de su mujer no hubiera podido reunir esta colección, ya que en ocasiones ha llegado a tardar 50 años en reconstruir un solo proyector. «Encontraba una parte en una subasta, otra en un cine… Y al cabo de los años he podido montarlo completo», relata con la emoción de quien ha devuelto a la vida a estas piezas.

De hecho, son muchos los directores de cine que han acudido al museo para conseguir ingenios para sus películas. No solo porque Jiménez los tiene. También porque los sabe utilizar. «Hago el camino inverso: primero compro el aparato, lo desmonto, lo estudio y después lo escribo», relata. Algunas de las series que han usado sus cámaras, proyectores o cabinas completas han sido Cuéntame Acacias 38. También películas como Cerrar los ojos (Víctor Erice, 2023). «Ahora mismo venimos de grabar con José Mota, que está dirigiendo su primer largometraje», explica mientras muestra el proyector que han usado, curiosamente el mismo que ya salió en la película de Alejandro Amenábar Mientras dure la guerra (2019).

El museo también conserva una cabina con todo lo necesario para proyectar en 70 milímetros, el formato que revolucionó el cine con su sistema estereofónico. «La película venía en maletas que pesaban 40 kilos. Una película entera podía superar los 300».

En una de las salas más llamativas se exponen linternas mágicas, algunas tan raras como la triple, que combina tres imágenes para simular movimiento. «Solo hay seis en el mundo», afirma.

El recorrido incluye la evolución de las cámaras filmadoras, algunas de las cuales se usaban con manivela. «El operador no se podía cansar. Si se le iba el tempo, la película salía acelerada o ralentizada. Por eso silbaban un ritmo militar al grabar».

Otra de las piezas de un alto valor histórico es una cámara con la que se grabó a Franco en los NO-DO. «Nos la donaron las hijas de Vicente Minaya, su director de fotografía», explica Carlos. «También filmó con ella las bodas reales de Balduino y Fabiola, los reyes de Bélgica, o la guerra de Sidi Ifni», añade.

La entrada al museo, que puede visitarse los sábados a las 12.30 horas, cuesta 7 euros, siendo gratis para menores de 5 años acompañados. El acceso incluye una visita guiada. Los grupos, de al menos 15 personas, pueden ir cualquier día del año, acordando antes el horario.