Cada año, cuando llega el 28 de diciembre, los españoles practican un ritual de doble lectura. Encienden la televisión, abren el periódico o revisan su medio digital favorito, pero esta vez con un filtro especial: el de la sospecha por la inocentada. ¿Será cierto lo que están leyendo? ¿O estarán cayendo en una de esas noticias imposibles que sólo se publican por el Día de los Santos Inocentes?
En La Fuente de la Dueña no quisimos faltar a esta cita. La inocentada de 2022 fue una de las más comentadas del año: un supuesto proyecto para instalar telesillas automáticos de seis plazas que recorrerían 300 metros desde el arroyo de Fuentemaría hasta la Ermita de la Virgen de Alarilla. La excusa era noble: facilitar el acceso a quienes tienen dificultades de movilidad. El detalle técnico, milimétrico. Y la reacción… inolvidable.

Un poco de historia: el Día de los Inocentes en España
La tradición del Día de los Santos Inocentes se remonta al mundo cristiano. Conmemora el relato bíblico de la matanza de los niños ordenada por Herodes tras el nacimiento de Jesús. Sin embargo, el tono trágico fue desplazado, con el paso de los siglos, por una interpretación más festiva y popular: la de hacer bromas o “gastar inocentadas”.
En España, esta costumbre se consolidó en el siglo XIX, especialmente en el ámbito doméstico y rural: cambiar el azúcar por sal, esconder objetos o hacer encargos falsos eran algunas de las bromas habituales. Pero fue en el siglo XX cuando las inocentadas dieron el salto a los medios de comunicación, alcanzando una nueva dimensión.
Inocentadas célebres en la prensa española
Con la expansión de los periódicos y más tarde de la televisión, las inocentadas comenzaron a adquirir forma de noticia falsa, pero verosímil, publicada con apariencia de total seriedad. Algunos ejemplos han quedado para la historia del periodismo español:
- “El Gobierno estudiará poner semáforos para peatones en las playas”: publicada en un diario andaluz, generó llamadas de lectores preocupados por cómo se aplicaría la medida.
- “El Real Madrid ficha a Messi”: un clásico que ha aparecido en varios formatos. Aunque imposible, siempre consigue sembrar el caos en los foros deportivos.
- “Barcelona instalará aire acondicionado en sus calles”: presentada como parte de un plan contra el cambio climático, esta inocentada fue tan elaborada que incluso medios internacionales se hicieron eco.
- “El Congreso prohibirá los villancicos machistas”: una parodia que combinó la actualidad con el humor satírico, generando debate en redes antes de descubrirse el chiste.
Este tipo de bromas no solo divierten, sino que también invitan a reflexionar sobre la forma en que consumimos información y cómo podemos ser engañados cuando la noticia, aunque improbable, toca una necesidad real.
¿Qué hace buena a una inocentada?
El éxito de una inocentada no está en lo exagerado, sino en lo plausible dentro de lo absurdo. Tiene que tener un punto de credibilidad, suficiente para hacer dudar, pero sin caer en la confusión malintencionada. También debe respetar la sensibilidad del público, evitando temas delicados o dolorosos.
La de los telesillas reunía todos esos ingredientes: un escenario familiar, una necesidad real (la accesibilidad), una solución llamativa (telecabinas de diseño moderno) y un lenguaje técnico que ayudaba a sostener la ficción. El hecho de publicarla en la web habitual de noticias del pueblo, con el formato de cualquier otra noticia local, reforzó su efecto.
Por qué seguir haciendo inocentadas hoy
En tiempos de fake news, desinformación y noticias manipuladas, cabría preguntarse si este tipo de bromas tienen sentido. La respuesta, creemos, es un sí rotundo, siempre que se identifiquen claramente como lo que son y se retiren o aclaren una vez pasado el 28 de diciembre.
Las inocentadas bien hechas sirven para unir a la comunidad, reírse de uno mismo, refrescar la actualidad con algo de ingenio y poner a prueba el sentido crítico. Son una especie de “licencia social” para imaginar lo imposible, como esos telesillas flotando sobre el cerro de Alarilla.
Además, forman parte de nuestro patrimonio cultural, al igual que los carnavales, las chirigotas o los refranes. Perderlas sería empobrecer el calendario simbólico de lo popular.