Desprendo del tronco de mi pecho los infortunios amarillos igual que los árboles sus hojas secas.
Retengo en mi abdomen los sentidos que tiñen de rojo mis días, igual que los árboles se adornan con la calidez de las hojas no caídas.
No voy a florecer y asumo el letargo del espíritu que habita las habitaciones de mi casa y hasta los rincones de mi patio.
Y entonces, se me ocurre que redactaré con el otoño un pacto. Yo le otorgo mi tristeza y él me viste con sus colores.
Prometo cumplirlo.