He buscado la causa de este interés como se busca un tumor dañino, minuciosamente. La rosa que se secó aún mantiene sus pétalos pegados y arrugados y sé que un pequeño soplo la destruirá del todo. Ya no leeré más las historias que me contabas porque los libros contienen todos páginas en blanco. Si yo no estoy, tú no existes. Si tú no existes, el tumor desaparece, la rosa florecerá de nuevo y los libros se llenarán de palabras. Porque nunca es para siempre.
Olvidé los olores que te representaron como un ente presente de la misma manera que pierde el olfato sin causa aparente pero justificada el anciano. El sabor de tu piel joven con esa textura de nata montada se me volvió ácida en el paladar. Mis ojos no te vieron cuando ya no quise verte. Si mis manos te tocaron fue para alejar el beso último que los labios de los dos ansiaban. Gravé con las mismísimas arrugas de mi frente la sentencia definitiva para que no se te ocurriera volver. Los dos acatamos que nunca es para siempre.
Se enconó el tumor en todos los momentos, y lo atajé con el bisturí del tiempo en cada uno de ellos. Mantuve sin corrientes de aire la muerta rosa cautiva en mis pensamientos sin apreciar su belleza. Marqué con huellas de lágrimas páginas y páginas de libros cuando me hablaban del presente. Más cumplidas las metas de estas tareas impuestas intuí que destruía el futuro, un futuro, nuestro futuro. Y me dije: “Nunca es para siempre”
Sin daños ni rosas marchitas construyo estanterías que soporten el peso de los libros. Recupero instantes de tu olor y cocino a fuego muy lento las texturas de nuestros encuentros. Ahora te veo y toco tu boca al abrirte los labios para que salgan todos los besos pausadamente. Las luz que me enfoca alisa las arrugas de la frente para que puedas reconocerme. Si nunca fue para siempre ya no importa.
Comments are closed.