Adiós Navidad, Adiós

Aquella mañana, al despertar asomé la cabeza por entre los visillos de mi habitación, descubriendo que mi vecina no es sólo rápida para colocar los asientos navideños, también lo es para retirarlos de su fachada y balcones.
Vaya, de nuevo se adelantó. Pensé que si en las ventanas de mi vivienda aún se encendían y apagaban luces, tintineaban las bolas rojas al chocar contra las rejas y el ambiente navideño protagonizaba en un auténtico contexto lúdico festivo, mi hogar sería un receptáculo adecuado para el nuevo año. Pero, ayyyyy, me reconcomía esa ligereza que se gastaba mi vecina en adelantarse a los acontecimientos presentes, pasados y futuros. La espabilada…
Sopesé, analicé y… aligeré: sería yo está vez quién anunciara al barrio restante el fin de fiesta navideño. Faltaría más. Dicho y hecho. Descolgué bolitas, recogí cables y lucecitas, desmonté el Belén, y planté el abeto en una maceta relegando esta misma en la esquina izquierda de la terraza, que con un poco de suerte y pocos fríos, podría valer para las del próximo diciembre.
Listo. Se acabó la Navidad. Ni turrón dejé en la bandeja del aparador. Qué alivio y que sensación poderosa te da el hacer las cosas bien hechas.
Acaban de llegar los niños del colegio. Hoy es el último día de clase. Mañana comienzas a disfrutar de las vacaciones navideñas. Están contentos y felices porque son fiestas, con regalos y dulces. Pobres. A ver cómo les digo que se ha terminado la Navidad. Mal lo veo.
Por cierto, mi vecina se ha mudado de casa.