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Desde la Siesta

Mayca Margon

Comprobé que si antes de cerrar los ojos la realidad de mi contexto cambia como el de un al subir el telón, poco o nada desconectará mi cerebro del trajín diario y que el descanso merecido no será ni tan merecido ni descanso. Suele sucederme a veces. Sin embargo, yo siempre intento antes y después de cada ahogado ronquido desaparecer de ese improvisado escenario en el que se va convirtiendo mi cotidiana realidad, que es la siesta.
Y desde el mismo momento de creer sin vacilaciones ni dudas que lo que estoy a punto de vivir es mi última y mejor aventura, me transformo lo mismo en el ser más maravilloso o en el más odiado incluso por mí, dando rienda sueltas a mis sentidos, mis complejos y mis virtudes, que no sé muy bien por qué razón aquellos se agudizan, estos aumentan en grosor y estas últimas en calidad. Literal.
Así, con realidades resueltas o sumida en ficciones aparentes, con escenarios inventados y construidos a la medida, virtudes desenfrenadas y complejos protagonistas, además de tres o cuatro sentidos añadidos a los cinco que todos identificamos, todo ello digo, mezclado en la coctelera que en esos instantes es mi cabeza, provoca en mi persona una borrachera de la que tardo el resto de la tarde en recuperarme, quedando reseca hasta bien entrada la noche.
Queridas y queridos amantes de la siesta, siesteros consumados y practicantes os pregunto: ¿de qué nos sirve este llamado descanso reparador que supuestamente ha de activarnos el resto de la jornada hasta el descanso nocturno si al abrir los ojos y desperezarnos en el sofá, marco inmejorable de toda cabezadita que se precie, notamos la mente embotada, la vista perdida y seca la garganta? Reflexionemos sobre ello, digo yo que, mientras nos echamos una siesta.

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