Esteban Garcia -SDB-
Ante las numerosas circunstancias negativas, las agudas reflexiones que provocan y los mensajes catastrofistas que nos invaden por doquier, me he preguntado más de una vez: ¿otro mundo es posible?
Mi sentido-que creo común-me inclina, y mi fe me dice que sí: Que Él que se proclamó como Camino, Verdad y Vida, vino a reafirmarlo en la esperanza de su pueblo, el del único Dios, el Dios Misericordioso y Salvador que habló con ellos. Y completó su tarea al dar la vida por ello, y en una cruz. Y lo rubricó resucitando, dando evidencia de ello, y enviando mensajeros con su mensaje.
Esta es en síntesis el significado de la Pascua de Resurrección. Y ante él hemos comenzado un tiempo de preparación -la Cuaresma- para hacernos capaces de escucharlo, comprenderlo y vivirlo un poco mejor cada año. Haciendo posible ese “mundo nuevo” que tantos necesitan, buscan, se esfuerzan por encontrarlo, y por vivirlo; como parece lo ignoran y rechazan tantos.
Es “nuevo mundo” es posible, real, en cada uno de nosotros; y hasta…
En este punto recordaba uno de los encuentros habituales a los que me dedico, colaborando con los educadores de mi casa-colegio. A mi lado estaba un muchacho de dieciocho años, situado en Grado Medio de Formación Profesional, ya casi a punto de acabarlo, y, posiblemente desde mi punto de vista, con capacidad de continuarlo en Grado Superior.
En el transcurso de la conversación el muchacho me fue expresando su situación: la pronta separación de sus padres, motivada por su propia madre-cosa que a él se le ha ido revelando poco a poco, estando ahora en un momento singular, dado que le han ofrecido el acta judicial de la separación-; su estancia con su padre desde el principio, dado que oficialmente tiene su custodia; el traslado a vivir con su madre, superando su pesar por ello…
Poco a poco “el agua iba llegando al molino”. Habíamos hablado de su actual rendimiento-cuatro suspensos en la primera evaluación-, las dificultades que ambos veíamos y aceptábamos como tales…y sus posibilidades, que de llevarlas a cabo, ofrecerían un porvenir esperanzador.
-“Es que si me pusiera…”, exclamó.
Aquella exclamación, que entendí salida del alma, me hizo ver la luz: había que compartirla con él. Había que buscar un consenso esperanzador: él debía “ponerse las pilas a fin de superar los malos resultados académicos actuales. Podía hacerlo sin gran dificultad, ya que estaba claro que tenía capacidad más que suficiente para llevarlo a cabo.
Y mira por dónde, como otras muchas veces, se me ocurrió una nueva preguntilla: “¿Por qué cambiaste, de vivir con tu padre, e irte con tu madre, ya en plena mocedad, tan a contra pelo, superando antipatías?”
Un poco apretando sus dientes me dijo que fue por “la dificultad de aceptar las exigencias de su padre con respecto a él”. Pero seguí preguntando: “¿Y eso?”
-“Porque mi padre era demasiado exigente conmigo”, me dijo.
– “A ver si me explicas este embrollo”.
– “Es que me tenía hasta… Quería que aprobara todo”.
– “Es que me exigía demasiado”, añadió.
-“¿Cómo?”, le dije.
– “Quería que aprobara todas”, concluyó.
– “Pero ¿no es eso lo que hemos quedado en nuestra conversación, entre tú y yo?”
Yo lo veía claro. “¿Y aquí, conmigo, hemos quedado en que eso era posible, deseable y necesario?”
– “Si, pero es que aquí y contigo…”
Y entendí.
Como tantas otras veces con los que me he encontrado en este camino de acercamiento educativo que ahora se entiende como “acompañamiento”-aunque yo lo lleve a cabo como “un intento de”-, charlando con el corazón en la mano, en la palabra, en el gesto, al estilo salesiano, facilitando “el cambo a mejor” que todos necesitamos.
Hoy entre nosotros se oye un “silencio gritante” de múltiples personas, de toda edad y condición, que aspiramos a un mundo mejor, más adecuado a nuestras aspiraciones, mientras escuchamos con dolor: “¡Si me pusiera..!”
Y nos falta el valorar el bien común, no sólo, y por encima del propio; valorarnos nosotros, cada uno; valorar al otro en capacidad de buenas respuestas, tanto como nos podemos valorar, o como pueden hacerlo los que nos conocen y quieren: Ser capaces “de una buena respuesta”.
Oír, ver, escuchar y hablar con el corazón en la mano: de verdad. Sin intenciones mezquinas.
Y con “el cada uno”, todos, grandes y pequeños, ancianos y niños; enfermos y sanos, Presidente de una nación o el más pequeño de los que somos.
¡Ánimo en la tarea!
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